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Casa Llena

Las trampas y los tramposos del montículo

Antonio Canseco

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“El que hace trampa es porque no tiene coraje para ser honesto”


Mario Benedetti

En la última semana hemos sido testigos de un vergonzoso espectáculo en las Grandes Ligas. La puesta en práctica de una serie de medidas con objeto de combatir el presunto y hasta el día de hoy, no comprobado, uso de sustancias prohibidas por parte de un grupo de lanzadores entre los que se involucra a estrellas de la talla de Gerrit Cole, Justin Verlander, Max Scherzer, Corey Kluber y Adam Wainwright quienes supuestamente han venido utilizando ese tipo de ayudas y ventajas antideportivas con objeto de tener un mejor rendimiento y eficacia en sus pitcheos.

Las medidas que incluyen sanciones económicas, la expulsión inmediata del juego del lanzador sorprendido y una suspensión de hasta 10 juegos al infractor, ha sido aplicada a un pelotero (Héctor Santiago) de todos los lanzadores que han sido cateados en el trascurso de las acciones de cada partido desde que se puso en vigor el mecanismo que les comento. 

En mi opinión, ha sido francamente penoso observar a las cuartetas de umpiers perder autoridad y presencia en el diamante, al verse obligados a participar en desagradables revisiones sin causa justificada o duda razonable del uso de alguna sustancia por parte de los lanzadores de los equipos en los juegos en que intervienen y que ha reducido a éstos a guardias de seguridad que catean por consigna a quienes asisten o intentan ingresar a un inmueble o espacios públicos. El espectáculo que ha montado la MLB me queda claro, además de afectar la credibilidad del juego, atentar contra la integridad y ética deportiva de la gran mayoría de los jugadores, especialmemte los pitchers, en los hechos ha resultado ineficaz, inapropiado y hasta ofensivo.

Qué lógica puede tener el divulgar a manera de advertencia a los 30 equipos que conforman la mejor liga de beisbol del mundo el establecimiento de un protocolo tendiente a combatir conductas y acciones, que por décadas contempla el propio reglamento de juego. Es absurdo pensar que quienes juegan a nivel profesional y que traen sobre sus hombros años y años de práctica desconozcan las sustancias cuyo uso está prohibido o que no sepan los alcances y las consecuencias que implica el cometer actos que atenten contra la integridad del juego de pelota, pues resulta más que evidente que jugadores, coaches y managers los conocen a la perfección. No obstante, las Ligas Mayores han emprendido esta desafortunada mascarada, que refleja una vez más la protagónica e incongruente gestión del actual comisionado, Rob Manfred.

El buscar tomar una ventaja desde el montículo, querido lector, no es nuevo en el béisbol profesional, pues una larga lista de lanzadores han intentado con y sin éxito tomar ventaja frente a los bateadores en turno. Hace poco más de una centuria, para ser exactos en 1920, las Ligas Mayores prohibieron los lanzamientos ensalivados -hasta ese entonces considerados parte del repertorio de todo lanzador- como consecuencia de la única muerte por un pelotazo que registra la llamada Gran Carpa. Fue el lanzador Carl Mays,  de los Yankees (un equipo que hasta ese entonces nunca había ganado el título de la Liga Americana) quién golpeó en la sien izquierda con una de sus famosas bolas ensalivadas al bateador y shortstop de los Indios de Cleveland, Ray Chapman, dejándolo inconsciente y que traería como consecuencia su muerte al día siguiente.

Antes de la muerte de Chapman, la bola ensalivada o spitball era de uso común, pero la tragedia de la temporada de 1919 obligó a las Ligas Mayores a poner fin a los lanzamientos ensalivados y solo permitió que 17 lanzadores ya en activo y cuyo éxito dependía de ese lanzamiento continuaran utilizándolo hasta el fin de sus carreras. Oficialmente, la bola ensalivada quedó proscrita en 1934 con el retiro de Burleigh Grimes de los Piratas de Pittsburgh. Pese a ello, las trampas, trucos y artimañas con el propósito de sacar ventaja desde la lomita han seguido vigentes. Otros lanzadores a lo largo de los años y las temporadas, han raspado y lijado pelotas con limas de uñas, untado tabaco y resina de pino en los guantes, o han colocado vaselina y hasta pegamento en la visera de sus gorras con el propósito de sacar ventaja al enfrentar a los bateadores contrarios.

La trampa por desgracia es parte de la naturaleza humana, para muestra el caso del lanzador de los Medias Blancas, Eddie Cicotte, famoso por haber hecho uso de cera o parafina que escondía en su guante para lograr efectos extraños con la pelota. No satisfecho con los trucos y trampas que le habían redituado fama desde la loma de pitcheo, Cicotte por voluntad propia y ambición formó parte de aquel grupo de jugadores de Chicago que se dejó derrotar en la Serie Mundial de 1919 por favorecer a los apostadores y la mafia. Cuando se supo la gravedad de sus conductas, al perder dos de los tres juegos en que participó en dicha serie, fue expulsado de por vida del beisbol organizado.

Pero el tratar de sacar ventaja no siempre está vinculado a la trampa y el uso de sustancias prohibidas. De toda la legión de lanzadores que ha tenido éxito en el beisbol profesional, un nombre destaca: Leroy Robert “Satchel” Paige. El lanzador derecho afroamericano que hizo época e historia tanto en las Ligas Negras como en su participación en las Ligas de México, Cuba, República Dominicana y Venezuela y quien pese a vivir sus mejores temporadas en la época de la segregación racial de los deportes norteamericanos, logró debutar en las Ligas Mayores a los 42 años de edad (todavía es el jugador más longevo en debutar en la MLB) con los Indios de Cleveland en la temporada de 1948, campaña en la que a la postre lograrían ganar la Serie Mundial, gracias en parte a su amplio repertorio de lanzamientos. Paige, que jugó en forma intermitente en las Ligas Mayores hasta los 59 años de edad, se distinguió por su tremenda y única habilidad para lanzar y por la confección de lanzamientos donde su maña y astucia, lograban superar a los rivales en turno, pese a que su fortaleza física, prácticamente se había esfumado con el natural paso de los años.

El gran Satchel transformó el convencional cambio de velocidad y lo reinventó a tal grado que logró confeccionar un nuevo lanzamiento que fue bautizado como “Palmball”, por el uso que debe darse a la palma de la mano para lograr esa interminable y lenta parábola que producía cada vez que lo utilizaba. Muchos le han llamado a ese lanzamiento bola de paracaídas, pero en realidad es un cambio de velocidad con gran rotación. Los últimos lanzadores en utilizar ese truco lícito con éxito fueron el cerrador de los Padres de San Diego y Miembro del Salón de la Fama, Trevor Hoffman, y el lanzador cubano Orlando “El Duque” Hernández. Además de haber inventado el lanzamiento que el propio Paige bautizó como “Hesitation” (vacilación), que podía considerarse también como un cambio de velocidad pero que en realidad no lo era y cuya efectividad y letalidad era determinada por la breve pausa e interrupción que hacia durante el wind up (mecanismo de lanzamiento) que sacaba a los bateadores de balance y afectaba su tiempo de espera y preparación para iniciar la mecánica de su swing (intento de bateo). Por esas y otras importantes aportaciones de astucia y engaño lícito al juego es Satchel Paige un distinguido miembro del Salón de la Fama del Béisbol.

Pero de trucos y engaños burdos el juego ha estado plagado. En la temporada de 2014 fuimos testigos de la expulsión del lanzador derecho de los Yankees de Nueva York, el dominicano Michael Pineda, tras haber sido descubierto utilizando una sustancia prohibida que le permitió tener mejor agarre a la pelota y por ende mayor control de sus lanzamientos durante un encuentro sostenido contra los Medias Rojas de Boston.

Pineda, que había tenido una primera entrada titubeante en el montículo, regresó dominador y efectivo para la segunda tanda, pero con un extraña mancha en su cuello, una especie de lunar, que resultó ser, tras la protesta del manager de los de Boston y la revisión a la que fue sometido por el umpire de home, “resina de pino” y que trajo como consecuencia su inmediata expulsión del encuentro y una suspensión de 10 días. (las mismas sanciones que hoy a más de 5 años de distancia anuncian las Grandes Ligas). Aquella ocasión, también se recuerda la nula interpelación y defensa del alto mando de los neoyorquinos, Joe Girardi, hecho que dejó de manifiesto la evidente culpabilidad del dominicano y la complicidad de su manager.

Otos jugadores que han intentado sin éxito hacer trampa desde el montículo fueron Julián Távarez (2004) con los Cardenales de San Luis, Brendan Donnelly (2005) con los Angelinos de Los Ángeles y Joel Peralta (2012) con los Rays de Tampa Bay quienes también recibieron su castigo al haber sido suspendidos por haber utilizado resina de pino durante la celebración de juegos de pelota en el presente siglo. Debido a lo anterior, francamente sería especular intentar saber cuántos otros lanzadores han logrado utilizar con éxito la resina de pino u otras sustancias o menjurges pegajosos, pero basados en las sanciones que las Ligas Mayores han impuesto antes y ahora a los infractores, podemos estar seguros que el uso de la resina de pino y otras sustancias seguirá siendo una opción para los tramposos.

La trampa más notoria y bochornosa en los últimos años tuvo lugar en 1987, cuando el entonces veterano Joe Niekro, lanzando por los Mellizos de Minnesota en un juego de la temporada regular en contra de los Angelinos de California, fue revisado por el umpire de home, tras la reiterada protesta de los Angelinos por los extraños lanzamientos que estaba haciendo y durante la revisión de que fue objeto se le obligó a vaciar los bolsillos traseros de su pantalón, de los cuales dejó caer con cara de incrédulo una lima de uñas, lo que le costó la expulsión del juego y la consabida suspensión de 10 partidos.

Pero no sólo en la temporada regular hemos sido testigos de este tipo de conductas, pues en la postemporada también hemos podido apreciar el uso de esa clase de artimañas por parte de algunos lanzadores. El relevista de los Dodgers de Los Ángeles, Jay Howell, fue suspendido tres juegos en la Serie de Campeonato de 1988, luego de que le descubrieron resina de pino en su guante tras la protesta de los metropolitanos de Nueva York. Kenny Rogers, lanzador veterano de los Tigres de Detroit, en la postemporada de 2006 lució dominante al no permitir carrera en tres juegos. Ya en la Serie Mundial, el entonces manager de los Cardenales de San Luis, Tony LaRussa, solicitó a los umpiers que inspeccionaran al pitcher por una mancha en su  mano y aunque no lo expulsaron, sí lo mandaron a lavarse la mano de lanzar para poder seguir en el juego, afectando su rendimiento tras la interrupción forzada del juego. 

Para acreditar la afirmación de que en un sin número de ocasiones la trampa no ha sido descubierta ni comprobada, destaco la confesión de dos distinguidos miembros del salón de la fama: Nolan Ryan y Gaylord Perry, quienes tras la gloria deportiva y el retiro abiertamente han aceptado que en sus tiempos en el montículo tomaron ventaja para enfrentar y dominar a los bateadores contrarios, el primero lanzando por delante de la placa de pitcheo y el segundo utilizando constantemente bolas ensalivadas.

Hay cientos de historias como estás, incluso algunas tan inverosímiles como divertidas, pero relatarlas solo enaltecería a quiénes han hecho trampa. Yo les pregunto, aunque se trata de otro deporte y circuntancia, si no fue decepcionante y hasta molesto descubrir que el ciclista Lance Armstrong, el llamado fuera de serie, el que fuera considerado el mejor de su deporte, que puso al ciclismo en las primeras planas, y que negó una y otra vez haber hecho trampa e incluso tuvo el descaro y la temeridad de demandar judicialmente a quienes insinuaban que se dopaba, fue finalmente descubierto dado el enorme rastro de trampas, abusos y engaños que había dejado a su paso, a grado tal que fue orillado a confesar y reconocer que era el tramposo más grande de la historia deportiva mundial y tener que declararse en bancarrota ante la imposibilidad de hacer frente al cúmulo de demandas que su desleal actuar produjo.

Volviendo al rey de los deportes, lo que sucede en estos momentos en las Grandes Ligas me deja un mal sabor de boca, dado que la cruzada que ha emprendido la oficina del comisionado se ha dado en una temporada donde el pitcheo ha sacado la cara por el juego y ha brindado espectáculo, habiendo empatado ya la marca de más juegos sin hit ni carrera en una temporada, que es de siete. Una campaña donde los lanzadores han impuesto sus condiciones y donde el pitcheo brilla y llena estadios, pues en lugar de reconocer el logro y de favorecer a los lanzadores hoy se les incrimina y persigue sin miramientos.

Los nuevos lanzadores deben aprender y tener muy claro que es la capacidad de engañar y sorprender al bateador lo que caracteriza y distingue a los buenos lanzadores del común denominador, pero hay una enorme diferencia entre ser capaz de engañar al rival y hacer trampa. La trampa invariablemente deja su rastro y huella y como hemos podido apreciar por los casos que en esta ocasión les he comentado simplemente hay que seguirla para encontrar al responsable.

Lo que debe dejarnos en claro, que los tramposos y las trampas siempre han existido pero son por fortuna, raras excepciones y no la normalidad como pretende hacer ver la MLB hoy en día. Definitivamente, no es montando arbitrarias revisiones como se logrará promover la integridad del juego y la ética deportiva.

casallena@live.com.mx

Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MEDIOTIEMPO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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