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Casa Llena

Fernando Valenzuela y los Dodgers a 40 años de su aparición en las Ligas Mayores

Antonio Canseco

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“Lo que hizo Fernando en 1981 fue algo grandioso, no solamente por sus números, sino porque abrió las puertas del béisbol en muchos lugares donde antes no era tan popular, incluyendo México”

Jaime Jarrín

Cuando el fin de semana los Dodgers de Los Ángeles utilizaron un uniforme especial todo en azul para la serie en casa contra los Mets de Nueva York,  que incluía la leyenda “Los Dodgers” tanto en la camisola de juego como en sus gorras en señal de agradecimiento a la vasta e importante afición latina, mayormente mexicana, que sigue al equipo; supe claramente que era el momento para aprovechar este espacio para comentar sobre la carrera deportiva y vida de Fernando Valenzuela.

En honor a la verdad, resulta ser más que obligado escribir del sonorense que tantas satisfacciones y orgullo ha brindado a nuestro país y que en gran medida fue el factor que produjo en muchos niños, jóvenes y adultos el acercamiento al 'Rey de los Deportes' por la afición y admiración mostrada hacia su labor.

Valenzuela, sin lugar a dudas, es el máximo exponente del béisbol mexicano en las Ligas Mayores, su histórica temporada de novato, salido prácticamente de la nada hace ya 40 años, hasta convertirse por méritos propios en el valuarte del equipo y decisivo factor para ganar la Serie Mundial de 1981, fueron solo el punto de partida de una exitosa carrera profesional a largo de 17 temporadas en las Grandes Ligas y que además provocó un auténtico fenómeno social al que se le denominó “Fernandomanía”,  dado que cientos de migrantes e hijos de migrantes en los Estados Unidos se identificaron a plenitud con el zurdo lanzador de la figura regordeta, de amable carácter, imbatible, inalterable y por si fuera poco, que al momento de lanzar subía la mirada al cielo, con su único e irrepetible “wind up” (mecanismo de lanzar) que dejaba perplejos a propios y extraños y que por fortuna, nunca fue tratado de corregir por sus coaches y mentores.

Fernando Valenzuela fue el menor de 12 hijos de una familia que sobrevivía de realizar labores agrícolas, que se inció en el béisbol a los 13 años siguiendo los pasos de sus hermanos mayores, con los que solía jugar por las tardes y los fines de semana en un rudimentario y polvoroso campo de juego donde logró destacar en forma inmediata. 

A los 16 años ya había firmado su primer contrato profesional y dejó su lugar de origen en busca de fortuna. Vistió brevemete la franela de los Leones de Yucatán, equipo que le dio su primera oportunidad en la Liga Mexicana de Béisbol y donde por azares del destino y la casualidad fue descubierto por el buscador de talento el cubano-americano Mike Brito, que daba seguimiento en esa época al prospecto y parador en corto Alí Uscanga, pero que dejó de ser de su interés cuando observó la capacidad y temple con el que se conducía un joven robusto que todavía no alcanzaba la mayoría de edad y que lanzaba como un experimentado veterano en el equipo al que se enfrentaba esa noche el prospecto que lo había traído a México. Fue Brito quien tuvo la capacidad de ver el potencial de Valenzuela y quien también logró convencer a los Dodgers para que lo firmaran con un bono de 120 mil dólares en julio de 1979.

Al formar parte de la organización de los Dodgers, fue enviado al equipo Triple A en San Antonio, Texas, con objeto de recibir el fogueo necesario y culminar la preparación que lo llevara a las Grandes Ligas. Fue en ese corto lapso de tiempo, escasos meses, que a sugerencia de Mike Brito, al ver la necesidad de que ampliara su repertorio de lanzamientos para tener mayor sustento en un béisbol de mayor exigencia que aprendió y dominó de la mano y conocimeinto de Roberto “Bobo” Castillo, el lanzamiento de tirabuzón (screwball) que tanto le ayudaría a forjarse un nombre y un destino. Esa admirable capacidad de aprender y adaptarse es pocas veces reconocida en Valenzuela, pero notoriamente significativa en su carrera deportiva.

No cabe duda querido lector, que el hecho de que Valenzuela técnicamente fuera uno más de ellos, un migrante que incluso llegó a los Estados Unidos sin conocer el idioma, que también como tantos otros en su condición aportaba parte del producto de su trabajo para el sostenimiento de su familia en su natal Etchohuaquila, que fuera una persona forjada y formada en lo que algunos años después su paisano el malogrado candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta, definiera como “ la cultura del esfuerzo”, pero sobre todas las cosas, que además de todo ese bagaje personal fuera un triunfador y una distinguida figura en una actividad tan competida y donde marginalmente destacaban los jugadores latinos, lograron generar el fenómeno social que trascendió a los parques de pelota y que casi como una experiencia mística o religiosa llevaba a miles de personas a los estadios de béisbol, o a congregarse en los aparatos de televisón cada 6 noches durante la temporada regular con el único propósito de observar lo que hacía Fernando Valenzuela desde el montículo y que a muchos, me incluyo, nos hacía sentir como propios sus logros personales.

Muchos pudieran pensar que el mayor apoyo en la carerra de Fernando Valenzuela lo fue su manager Tom Lasorda, por haber confiado en él para lanzar el juego inaugural de la temporada 1981 y por mostrar a lo largo de las temporadas gran entusiamo en torno a la figura y capacidades de Valenzuela. Yo no soy de esa opinión, muy por el contrario difiero de ella, pues Lasorda, si bien debo reconocer que fue un gran motivador para sus jugadores y equipos, siempre estuvo muy por debajo en lo que se refiere a la estrategia. Fue un manager que exprimió al máximo y sin medida ese brazo de lanzar, que lo sometió a excesivas cargas de trabajo y jamás procuró administrar el talento de su pitcher estrella, a tal grado que cuando dejó de funcionar, simplemente le dio las gracias.

Todo aquel haya jugado hasta a las cánicas, prefiere jugar y participar que observar el juego a distancia, con mayor razón los jugadores profesionales, especialmente los pitchers, a los que jamás he visto salir sonrientes cuando su manager por estrategia o por no tener una buena tarde termina por removerlos del encuentro; pero eso no significa que porque se tengan las ganas de jugar y permanecer en el campo, se pueda exigir de más y por tanto tiempo. Un claro ejemplo de ello fue aquel memorable tercer juego de la Serie Mundial de 1981 en contra de los Yankees de Nueva York, en que Fernando Valenzuela trabajó las nueve entradas para llevarse la victoria al ponchar en el último out del encuentro al cuarto bate, Lou Piniella, tras haber realizado 149 lanzamientos a home. Hace 40 años esa cifra de pitcheos era un exceso, hoy en día permitir que un lanzador lo hiciera sería un escándalo.

Los logros deportivos de Valenzuela están a la vista de todos: 173 victorias, más de 2000 ponches, la nada despeciable cifra de 113 juegos completos respecto de los 424 juegos en que participó como lanzador abridor, es decir, que una de cada cuatro veces que abrió un juego de béisbol, Valenzuela lanzó de principio a fin, algo que le permitió acumular 2930 innings lanzados. A destacar su participación en seis Juegos de Estrellas y los 2 anillos de Serie Mundial obtenidos (1981 y 1988), este segundo donde se pasó prácticamente la temporada entera en la lista de lesionados y donde no tuvo participación activa en el decisivo mes de octubre, además de haber sido merecedor del 'Premio Novato del Año' de la Liga Nacional en 1981 y del trofeo Cy Young también de ese inolvidabble año, así como haber lanzado un juego sin hit, ni carrera en la temporada 1990, sin embargo, no fueron suficientes para conseguir un lugar en el Salón de la Fama del Béisbol; pese a ello, Valenzuela goza de mayor fama y reconocimiento en el mundo del béisbol que la mayoría de los jugadores contra los que compitió o compartió a lo largo de dos décadas los diamantes.

Con objeto de constatar la fortaleza física de Valenzuela y su durabilidad en los campos de juego, me permito hacer este análisis comparativo con 5 lanzadores de excelencia, los últimos cinco pitchers abridores en haber llegado al Salón de la Fama de Cooperstown: 

  • El dominicano Pedro Martínez, que ingresó en 2015, estuvo en activo 18 temporadas y tuvo a lo largo de su carrera 46 juegos completos.
  • Ese mismo año, John Smoltz, de los Bravos de Atlanta, logró entrar al recinto de los inmortales con 21 años de carrera y 53 juegos completos.
  • En 2018, Jack Morris logró en una segunda oportunidad y por decisión del comité de veteranos su lugar en el Salón de la Fama y en las 18 temporadas como jugador activo y destacado miembro de los Tigres de Detroit y de los Mellizos de Minnesota logró la admirable cifra de 175 juegos completos.
  • Finalmente en el 2019, Mike Mussina, que jugara para Baltimore y los Yankees de Nueva York en 18 temporadas en las Mayores, lanzó toda la ruta en 57 ocasiones.
  • Mientras que Roy Halladay, un valuarte de los Azulejos de Toronto y de los Phillies de Philadelphia, logró lanzar 67 juegos completos en sus 16 temporadas en las Ligas Mayores. 

Con excepción de Morris, los números de Valenzuela son infinitamente superiores a los de este destacado grupo de estrellas, lo que me lleva a preguntar ¿qué hubiera sido de la carrera y números de Valenzuela si hubiera sido mejor administrado su rendimiento y presencia en los diamantes?

Aún sin la inducción al Salón de la Fama, cierto es, que Valenzuela tiene un lugar preponderante en el béisbol de la MLB, y un lugar de honor en la organización de los Dodgers de los Ángeles, tan es así que desde 1990 que dejó al equipo ha permanecido sin ser utilizado el número 34 que visitiera en todas y cada una de sus temporadas como Dodger, número al que le diera renombre y notoriedad a lo largo de su carrera, y que permanece intocable no obstante el hecho de que la política interna del equipo angelino para el retiro del número de sus jugadores se circunscribe al hecho y merito de ser miembro del Salón de la Fama del Béisbol.

Han pasado ya 40 años de su debut y es como si no hubiera pasado un solo día, pues en la actualidad en los días de juego en los estacionamientos y calles aledañas al parque de los Dodgers, se pueden apreciar incontables aficionados, muchos de ellos niños y jóvenes que no habían nacido cuando Valenzuela ya había colgado los spikes, vestir con orgullo la camisola de los Dodgers con el número 34 y la inscripción VALENZUELA.

Ya para concluir debo afirmar que hoy en día, no hay jugador en retiro de los Dodgers de Los Ángeles más célebre y vigente que Valenzuela, ninguno es tan querido y reconocido por los fanáticos, ni tan solicitada su presencia año con año en los días más importantes de la temporada. Existiendo dos poderosas razones para ello, la primera que durante los últimos años Valenzuela acompaña a la voz en español de los Dodgers, el ecuatoriano Jaime Jarrín en las transmisiones radiofónicas del equipo como analista en los partidos que se disputan en el estadio de los Dodgers, algo que invariablemente le permite estar vigente y en la mente de los aficionados, y la segunda, que el sonorense es un importante promotor de la comunidad latina en el área de Los Ángeles y también en México a través de acciones que promueven la educación infantil y juvenil, todo un filántropo que ayuda y promueve la educación no obstante el hecho de que no contó con los medios y la oportunidad para hacerlo en su juventud, pero que le ha permitido ser factor para que cientos de personas hoy sean profesionistas de bien y para bien. Ese buen actuar con humildad y discreción, lejos de los reflectores y haber llevado una vida sin excesos, es la que día a día le ha dado un lugar y la permanecia entre los aficionados al béisbol que reconocen en él a la estrella del deporte que brilla aún fuera de los diamantes con luz propia.

CÍRCULO DE ESPERA

Miguel Cabrera conectó el cuadrangular 500 de su exitosa carrera que incluye haber ganado la Serie Mundial en 2003 en la que por cierto, fue su temporada de novato, y la Triple Corona de Bateo en 2012 ya como jugador de los Tigres de Detroit. 

Una hazaña deportiva que no sucedía en las Ligas Mayores desde 1967 en que Carl Yastrzemski de los Medias Rojas de Boston lo hiciera. Por si fuera poco, Cabrera está a menos de 50 hits de los 3000 en su brillante paso por las Ligas Mayores, que sin lugar a dudas lo llevará al Salón de la Fama de Cooperstown.

El también apodado “Miggy” es el sexto latinoamericano en conectar 500 o más cuadrangulares y se une a la lista que encabezan los controvertidos y sin reconocimiento alguno tras el retiro: Sammy Sosa, Rafael Palmeiro y Manny Ramírez; así como los dominicanos David Ortiz y Albert Pujols –este último todavía en activo-, cuyas carreras se encuentran sin mácula y objecciones y cuyos logros deportivos son sólidos y reconocidos. Cabrera es un orgullo del béisbol venezolano que ha dejado profunda huella en el mejor béisbol del mundo y que tiene por derecho propio, la inmortalidad a la vista.

casallena@live.com.mx

Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MEDIOTIEMPO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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