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Casa Llena

Fernando Valenzuela y el día en que llegó la inmortalidad

Antonio Canseco

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“El secreto de una vida exitosa es descubrir cuál es el destino de uno y luego alcanzarlo”

Henry Ford

El sueño más codiciado de cualquier jugador profesional de béisbol es ya una realizadad para Fernando Valenzuela, no como resultado de un acto milagroso o caído del cielo, no como un gesto de caridad o de compromiso forzado por parte de los Dodgers de Los Ángeles, sino como el legítimo reconocimiento a su probada y destacada labor en los montículos y a su indiscutible capacidad de trascender en el juego.

La demostración de agradecimiento eterno que tuvo lugar en el estadio de los Dodgers es lógica consecuencia de su seria, destacada y profesional presencia en los terrenos de juego, es resultado de su actuar decidido que indiscutiblemente fue mucho más allá de los resultados. El honor también deriva y fue resultado de su arrollador carisma, notoria humildad y su inmensa capacidad de convocatoria, pues debemos reconocerlo, mayormente en nuestro país, pero también en otros lugares del continente, lo hecho por Fernando Valenzuela como deportista en activo generó interés, orgullo, esperanza, pero sobre todo satisfacción a miles de mexicanos semana a semana, temporada tras temporada en las Grandes Ligas.


En lo personal y gracias a venturosas circuntancias de tiempo y espacio tuve el privilegio de crecer y practicar el juego de béisbol teniendo a Fernando Valenzuela como un referente e inspiración pese a no ser un aficionado a los Dodgers de los Los Ángeles. Una afortunada coincidencia o accidente que me permitió vivir el juego con mayor intensidad y seguir sus actuaciones en mi adolescencia con entuasiamo, es más, de haberlas vivido y sentido como propias en innumerables ocasiones. Ya con el paso de los años y más enfocado en el conocimiento del juego de béisbol pude apreciar su carrera en forma integral, y reconocer en ella su absoluto dominio y conocimiento del juego, su resistencia física y mental, su tenacidad e incluso constatar que aún siendo un lanzador y esa ser su única responsabilidad en el terreno de juego que Valenzuela fue un gran conocedor de los fundamentos del juego como el mejor jugador de campo, de confirmar la admirable capacidad de ejecución que siempre tuvo, pues Fernando, además de lanzar y bien, también bateaba lo mismo de hit, que tocaba la pelota o conseguía un cuadrangular y producir carreras para su causa. Una muestra clara de que el sonorense en el béisbol más competido del mundo jamás fue un out automático cuando estaba en la caja de bateo.

Querido lector el que hayamos podido presenciar el retiro de su numero (34) de los campos de juego por parte de los Dodgers es un hecho histórico, tanto para el jugador y nuestro país, como la organización de los Dodgers y la MLB. Esta clase de reconocimientos a una carrera y a una vida deportiva no se da todos los días, ni todos los años. Fernando es apenas el décimo segundo jugador o manager del equipo que se fundó en Brooklyn y que se mudó en 1958 a la soleada California cuyo número es retirado; de ese tamaño y trascendecia es el reconocimiento.

Es por ello, que sin haber pasado una semana del acto ya es para los aficionados motivo de enorme alegría, especialmente porque nunca antes en la historia de este deporte un jugador nacido en México había recibido un homenaje de tal magnitud e importancia. Pese a ello y lo importante del acontecimiento, puedo incluso afirmarles que Fernando Valenzuela seguirá siendo el mismo de siempre, el ciudadano serio y comprometido con su comunidad, el analista puntual de los juegos radiofónicos en español de los Dodgers de los Ángeles, la alegre presencia que ha formado parte del mundo del béisbol por décadas; un referente de éxito, de perseverancia para miles y miles de aficionados latinoamericanos e incluso estadounidenses, pero que jamás se habrá de sentir como una leyenda viviente del juego, pese a serlo. Y me atrevo a afirmar lo anterior, pues en innumerables ocasiones en el pasado Valenzuela nos ha comprobado que ni la fama, ni la notoriedad o el dinero han modificado un ápice su forma de actuar y conducirse. Si admirable es y fue el beisbolista más encomieble es el ser humano que siempre ha sabido tener bien puestos los pies en la tierra.

​Al éxito deportivo cimentado desde su prodigiosa e irrepetible campaña de novato en 1981, se sumó fuera de los terrenos de juego su naturaleza de joven migrante que desconocía incluso el lenguaje de la tierra que lo recibía para trabajar como beisbolista profesional. Una carcaterística con la que de forma inmediata se identificó no sólo la comunidad mexicana y latina de a ciudad de Los Ángeles, sino miles de personas que vieron en Valenzuela reflejada su vida y sus esfuerzos por salir adelante al carecer de oportunidades en su lugar de origen, cientos de ellos que partieron de sus casas y país en busca de trabajo y una mejor condición de vida. Esa es la génesis al menos desde el punto de vista social del fenómeno que perdura hasta nuestros días y que simple y sencillamente se le conoce como la “Fernandomanía.”

Tal vez por ello, recuerdo todavía con admiración aquella primera temporada en que victoria tras victoria y juego completo tras juego completo Fernando se fue haciendo de un lugar en el mundo del béisbol y la gran mayoría de los mexicanos fuimos conociendo de su existencia y su labor. Muchos, me cuento entre ellos, cautivados y llenos de orgullo (en esa época los jugadores latinoamericanos eran una rareza en los equipos) empezamos a seguirlo por radio y televisión las tardes y noches en que lanzaba; aquellas fueron jornadas en las que materialmente el país entero se paralizaba para observar su labor. Una temporada deslumbrante que llegó al éxtasis cuando en octubre de ese año ganó el tercer juego de la Serie Mundial a los Yankees de Nueva York y encaminó a su equipo a ganar el trofeo del comisionado. Fue esa campaña interrumpida por una huelga y recortada la que le permitió obtener el premio al novato del año y el premio Cy Young. Y mientras eso sucedía para el asombro de proios y extraños la crónica y los especialistas se preguntaban ¿de dónde había salido aquel joven del que nunca habían escuchado nada? Y en esa búsqueda de respuestas pudimos todos saber que aquel modesto jugador de béisbol con cara de niño y el temple y las agallas de un sólido veterano había puesto en el mapa un diminuto poblado del estado de Sonora llamado Etchohuaquila, una pequeña localidad agrícola, muy marginada que forma parte del Municipio de Navojoa, el lugar en el que había nacido al iniciar la década de los años sesenta del siglo pasado y a la que nunca olvidó, al que siempre ha regresado y apoyado. Muestra clara de ello, fue haber podido apreciar sin publicidad de por medio que aquel joven deportista con menos de 21 años de edad había dispuesto parte de sus primeros ingresos en la MLB para construir una casa digna para sus padres. Él, que era el más pequeño de los 10 hijos de una familia dedicada al campo y de recursos limitados, que no tuvo la oportunidad de culminar sus estudios, pudo mejorar las condiciones de vida de sus padres y hermanos gracias a la la edificación de una vivienda amplia y digna para ellos. Y no conforme con ello, se dio a la tarea mejorar y remozar las condiciones del modesto campo de pelota de su localidad, uno que carecía de pasto y donde las piedras y la tierra eran el común denominador, pero en el que había aprendido hacia algunos ayeres a jugar béisbol. Fueron esos hechos y otras acciones puntuales las que pronto nos revelaron que Valenzuela estaba hecho de otra madera y que apenas habíamos visto el principio de su formidable carrera.

No cabe duda que cuando se es capaz de seguir la trayectoria de un beisbolista desde su irrupción en los campos de juego y ese fue el caso de muchos mexicanos con Valenzuela, incluso de muchos que jamás habían visto béisbol en sus vidas que se genera no importando su edad y equipo de preferencia un vínculo afectivo. Una cercanía e identidad que a pesar del paso del tiempo permite que ese pelotero se mantenga presente y vigente; se trata en otras palabras de un nexo o un punto de convergencia nacido de la admiración y el reconocimiento por el deportista y sus logros. Un vínculo que cuando llega el retiro permite que esos logros se conviertan en memorias que se evocan con entusiasmo y agradecimiento. Memorias personales y colectivas que han sido parte fundamental de la motivación por la que su equipo de los Dodgers de Los Ángeles tomaron la sabía decisión de retirar su número y rendirle el anhelado tributo a su carrera.

Siempre es importante hacer un poco de historia para enteder el origen de un gesto y reconocimiento como el vivimos el pasado fin de semana en Los Ángeles y mayormente en el Estadio de los Dodgers. Y por ello debo decirles que aunque existe diferencia de criterios por parte de los historiadores al llamado Rey de los deportes la gran mayoría de ellos estima que la aparición de los números en los equipos profesionales de béisbol se remonta a finales del siglo XIX, hay quienes incluso afirman que fueron los equipos de las Ligas Negras los que utilizaron por vez primera no en la camisola, sino en sus pantalones de sus uniformes; mientras que otros más confieren el crédito y reconocimiento del primer uso de números en los uniformes a los ya desaparecidos Indios, ahora Guardianes de Cleveland, aunque con precisión y certeza se sabe que el uso de los números en los unfiromes deportivos se dio a la par en deportes como el hockey y el futbol americano profesional de Canadá y los Estados Unidos. Pese a la existencia de esas dos versiones históricas o antecedentes la MLB registra que fue un encuentro entre los Indios de Cleveland y los Yankees de Nueva York de la temporada 1919 como la primera ocasión en que los equipos participantes en un juego de temporada regular de las Grandes Ligas utilizaron números en sus uniformes.

También se sabe y conoce y en otro de mis artículos para Séptima Entrada fue motivo de un vasto comentario que el primer número de un equipo profesional no sólo de béisbol, sino de cualquier otro deporte profesional que fue retirado, fue el número 4 del inmortal Lou Gehrig de los Yankees de Nueva York, precisamente el día 4 de julio de 1939, el día de su forzado retiro de los diamantes y en que el primera base de los de Manhattan se auto designó: “El hombre con más suerte sobre la faz de la tierra.” A partir de ese momento y de ese reconocimiento la MLB y los equipos que la conforman han replicado este honor y homenaje a sus jugadores más destacados y significativos tal y como sucedió hace unos días con Fernando Valenzuela.

Sobre lo acontecido el pasado viernes 11 de agosto debo decir que además de lo emotivo de la ceremonia fue muy atinada la selección de las personas que acompañaron en el podium al pitcher zurdo oriundo del estado de Sonora, especialmente debo descatar la presencia de dos inmortales de la organización de los Dodgers: el cronista en español de los Dodgers el ecuatoriano Jaime Jarrín ya en el retiro y que además de relatar las hazañas de Valenzuela a lo largo de las temporadas que jugó para los Dodgers, fue también en sus inicios su apoyo, ayuda y hasta su traductor. Un hombre fundamental tanto en su carrera deportiva como en la de cronista y analista de béisbol. Y por supuesto la de la leyenda y también admirable pitcher zurdo, tal vez el mejor de todos los tiempos, Sandy Koufax. A ellos dos, he de sumar la presencia del magnífico catcher y mejor manager que es Mike Scioscia, su compañero de batería en las grandes campañas y triunfos, su cómplice el día que lanzó el juego sin hit ni carrera en ese Estadio donde ya es referente y será por siempre parte de la historia del equipo. Así como también la presencia de su familia, su esposa Linda, sus hijos y nietos, ese todo que es y significa la familia. Una familia que durante su largo quehacer en los montículos sufrió su ausencia por obligadas razones profesionales y que pudo ahora y desde el campo de juego vivir con orgullo y emoción el reconocimiento de que fue objeto su querido esposo, padre y abuelo.

En las tribunas del Estadio y específicamente en los primeros asientos del nivel donde se ubica el anillo de honor otros dos íconos del club Orel Hershiser y el dominicano Manny Mota le rinedieron homenaje al develar el número 34 de Valenzuela como el nuevo número que ha quedado para posterioridad en el equipo angelino.

Creo que Fernando Valenzuela no pudo ser más afortunado, no sólo por haber vivido en carne propia el homenaje y reconocimiento de que fue objeto, sino porque su número geográficamente ha quedado delimitado en el estadio entre los números de dos grandes ídolos del juego y de los Dodgers el 32 del lanzador Sandy Koufax y el 39 del receptor Roy Campanella. Una ubicación que nos confirma su talento y que robustece la leyenda en que a partir de ahora comenzará a ser.

Para los que hoy se preguntan y alguna vez me han preguntado si habrá un lugar para Valenzuela en el recinto de los inmortales en Cooperstown, debo decir que mi respuesta ha cambiado tras lo acontecido y que a partir de ahora todo puede pasar para la causa de Valenzuela; si bien algunos números no le dan abiertas posibilidades de lograrlo y dejó de estar en la boleta largo tiempo atrás, su trascendecia en el juego y su ejemplo lo ponen de nueva cuenta en el lugar adecuado para contender vía el Comité de Veteranos a esa distinción y reconocimeinto. Pero en su caso, no se tratará de un ejercicio de nostalgia o simple popularidad y para demostrarlo les dejo este dato para su conocimiento y reflexión. Fernando Valenzuela inició 424 partidos como lanzador de la MLB y lanzó las 9 entradas en 113 ocasiones, sin importar si ganó, perdió o se fue del juego sin decisión tras su labor, es decir, que el estelar lanzador sonorense una de cada cuatro veces que salió al montículo para iniciar un encuentro de béisbol, fue competitivo, efectivo y su participación trascendete y fundamental en el desarrollo de cada encuentro. Una poderosa razón para reflexionar si pudiera ser merecedor del mayor reconocimiento a un beisbolista profesional de la MLB, máxime cuando hoy en día se premian carreras y logros que implicaron infinitamente menos talento, presencia y esfuerzo que el prodigó Valenzuela en los diamantes.

Lo acontecido y vivido el pasado fin de semana me confirma algo que aprendí hace yalargo tiempo. ¡Es el jugador el que hace al número! no el número al jugador. Y Fernando Valenzuela plenamente es muestra de ello.

Por eso a partir de ahora, si de algo ahora podemos estar seguros, es que nunca más alguien que juegue para los Dodgers de Los Ángeles portará en su espalda el número 34, de hecho nadie más lo hizo desde que Valenzuela dejó la organización en 1991 y también apreciar que el honor y distinción recibidos provocará que mientras los Dodgers existan como equipo profesional de béisbol que cuando cualquiera de nosostros o de las venideras generaciones observen el anillo de honor en las gradas del segundo piso del Estadio de los Dodgers en el jardín izquierdo que lo primero que nos venga a la mente al apreciar el número 34 sea el nombre y los logros deportivos del único e irrepetible Fernando Valenzuela.

¡Enhorabuena Fernando! Eres ya inmortal y eterno, siempre recordaremos con emoción tu privilegiado brazo zurdo de lanzar y ese singular windup con el que invariablemente elevabas la vista al cielo antes de soltar tus lanzamientos con destino a home. Un gesto tan particularmente tuyo, que era ya presagio tu grandeza deportiva.

CÍRCULO DE ESPERA

Siempre he pensado que el béisbol es más que un deporte o una práctica recerativa; para mi además de lo ya expresado constituye un vehículo y mecanismo de formación y crecimiento para quienes lo practican. No me refiero exclusivamente a aquellos que logran convertirse en jugadores profesionales, sino más bien, a los cientos de miles que en algún momento de nuestras vidas lo llegamos a practicar y que gracias a ese aprendizaje y disciplina hemos logrado expandir nuestros horizontes y entender un poco más el juego y nuestro entorno. Les sorprendería en verdad, lo mucho que se puede aprender lanzando y atrapando una pelota. Por ello, les comparto que con enorme gusto me he enterado de la encomiable labor que desde hace tiempo viene realizando la Liga Olmeca de la Ciudad de México a través de la creación y desarrollo de un equipo mixto de jugadores sordo mudos. ¡Vaya lección de superación y deseo por disfrutar y vivir en carne propia el béisbol! Se trata del equipo Osos cuyos jugadores se comunican y practican de buena forma el juego gracias al lenguaje de señas. Estos jóvenes peloteros lo hacen con excelencia tal, que el pasado mes de marzo se ganaron el derecho a participar en un torneo mundial que tendrá lugar en Taiwan el venidero mes de noviembre.

Sin embargo, esa novena necesita de nosotros para costear su viaje y estancia en Asia y también para adquirir nuevos uniformes en los que portarán con orgullo ell nombre de México. A la Liga Mexicana de Béisbol (LMB), a la Liga Mexicana de Pacífico (LMP) y cada uno de sus equipos, así como a los inversionistas y patrocinadores habituales del béisbol de nuestro país les dejo el mensaje y la tarea. Esta es una causa que vale la pena impulsar, esos jóvenes entusiastas ya se ganaron en el terreno de juego su lugar en la competencia. Ahora ¡Es tiempo de apoyarlos!

casallena@live.com.mx

Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MEDIOTIEMPO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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