“Siempre me ponía nervioso las noches previas a jugar la Serie Mundial. Invariablemente al llegar el primer lanzamiento, yo estaba nervioso. Después de eso, lo olvidaba y simplemente empezaba a jugar"
Yogi Berra
El dramático triunfo de los Dodgers de Los Ángeles en el Clásico de Otoño de la presente temporada 2025, en siete juegos, en extra innings y jugando como equipo visitante confirma que dicha novena bien construida y conformada, que cuenta en su haber con tres destacados jugadores nacidos en Japón: Ohtani, Yamamoto y Sasaki, así como dos jugadores estelares que llegaron de otros equipos para apuntalar al equipo radicado en California: Mookie Betts y Freddie Freeman puede ser ya considerada como una nueva dinastía en la ya larga historia de la MLB.
Si bien esta vez los reflectores estaban puestos en el fuera de serie: Shohei Ohtani, el pitcher que también batea, o el poderoso bateador que es capaz de lanzar con precisión desde el montículo a ese nivel de exigencia, fue su paisano el también lanzador Yoshinobu Yamamoto, quien demostró el talento y aplomo que se necesitan para destacar y triunfar en esta clase de encuentros. El derecho Yamamoto con un admirable control de sus lanzamientos obtuvo la noche del sábado su tercera victoria en la serie, esta vez en el séptimo y decisivo que le ha dado a su equipo el bicampeonato, algo que no había sucedido desde que los Yankees de Nueva York ligaran los campeonatos de los años 1998,1999 y 2000. Un logro personal, que le ha valido ser considerado el jugador más valioso y que también incluyó lanzar un juego completo. Con sus tres inobjetables victorias ha puesto su nombre en el mismo nivel que el de los inmortales del Salón de Fama del Béisbol: Groover Cleveland Alexander y Randy Johnson quienes en las Series Mundiales de 1926 y 2001 también lograron ganar tres encuentros en una misma Serie Mundial y llevaron a sus respectivos equipos los Cardenales de San Luis y los Diamantes de Arizona a derrotar a los Yankees de Nueva York en ambos casos, también en siete juegos.
Pero esta clase de encuentros siempre traen sorpresas inesperadas, en este caso, en el juego sin mañana y a la hora de la verdad, dos jugadores pocas veces vistos en la serie se vistieron de héroes con sus precisas acciones que marcaron el devenir del encuentro. Me refiero al segunda base Miguel Rojas, que a principios de la temporada tuvo a bien ceder su número 11 al joven lanzador Roki Sasaki que acababa de llegar a la organización y que a la hora buena y donde no había margen de error, primero conectó en la novena entrada el solitario cuadrangular del empate frente a los lanzamientos del habitual brazo cerrador de los Azulejos de Toronto Jeff Hoffman y luego con un out y casa llena en la parte baja de la misma entrada al haber evitado la carrera del gane para Toronto con un out forzado en home en cerrada jugada que fue revisada y confirmada y que mantuvo el juego empatado. Y también el cubano Andy Páges que tuvo una muy fallida postemporada y que incluso fue relegado a la banca, pero que con una providencial atrapada también en la parte baja de la novena entrada llevándose prácticamente de por medio a su compañero en los jardines Kiké Hernández tras haber corrido y cruzado de jardín central a jardín izquierdo en pos de la pelota y haber atrapado la misma en la franja de advertencia, hizo posible que ese séptimo juego se fuera a extrainnings.
Una acotación final para la gran afición de los ahora bicampeones que ya celebra por todo lo alto su novena victoria en Serie Mundial. Los Dodgers de Los Ángeles desde la muerte del icónico lanzador y referente del club Fernando Valenzuela, es decir, desde el pasado 22 de octubre de 2024 han portado en la manga derecha de sus uniformes el número 34 de Valenzuela en señal de duelo y respeto a esa querida figura y leyenda del equipo. No cabe duda que ese gesto tangible, ha rendido frutos y dejado sentir la magia e inspiración del sonorense en los diamantes. Para aquellos que como yo siempre están buscando señales, hay una evidente y venturosa en esta serie, los Dodgers lograron ganar el séptimo juego de la Serie Mundial precisamente el día en que el admirado Fernando Valenzuela hubiese cumplido 65 años de edad, que venturosa casualidad y homenaje al gran zurdo. De ese tamaño son las coincidencias y las casualidades que nos brinda el béisbol. De ese tamaño…
Pero el deporte, como las monedas, siempre tiene dos caras y si bien es justo rendir honores al equipo triunfador, no debemos nunca olvidar el rostro y cara de la derrota, máxime, en esta ocasión; donde cualquiera de los dos equipos pudo haber ganado la Serie Mundial. Por eso, quiero destacar la gran actuación que durante toda la postemporada, pero significativamente en la Serie Mundial tuvo nuestro compatriota, el catcher tijuanense Alejandro Kirk. Tan es así, que ha logrado la mejor actuación al bate para un jugador nacido en México en Clásicos de Otoño. Al talentoso catcher, cuya apariencia física pareciera no corresponder al mundo del béisbol y el deporte, mi admiración y mejores deseos porque siempre estuvo a la altura del reto. Las derrotas siempre duelen, pero suelen dejar muchos aprendizajes, por eso hago votos para que ese último turno al bate que trajo consigo el fin de la Serie Mundial y la derrota de su equipo jugando en casa quede atrás y que en el venidero mes de marzo de 2026 vuelva a brillar en los diamantes y detrás del plato representando a México en el Clásico Mundial de Béisbol.
Querido lector, la larga historia y tradición de las Series Mundiales data del año 1903, año en que se estableció el mecanismo para determinar al equipo campeón de la temporada. En aquella ocasión participaron los Piratas de Pittsburgh representando a la vieja Liga Nacional y los Boston Americans que hoy en día conocemos e identificamos como Medias Rojas de Boston representando a la Liga Americana y en la que los de Boston se impusieron tras ganar 5 juegos a 3, en esa primera serie de encuentros. No cabe duda que fue un acierto, de que aquellos pioneros del juego el buscar tras una larga temporada de más de 150 juegos definir al campeón de la temporada en más de un encuentro. Una justa y sana decisión que ha rendido frutos e historia.
Por eso, desde entonces y hasta el día de hoy, con excepción de las dos únicas ocasiones en que no se ha jugado la Serie Mundial en los años 1904 y 1994, ese mecanismo y forma de determinar el indiscutible campeón del mejor béisbol del mundo ha funcionado, dado alegrías, generado recuerdos imborrables en los aficionados unos muy gratos, pero también otros tristes, dolorosos y fatídicos, porque esa es la grandeza que tiene implícita el béisbol.
Haré un poco de historia, es inevitable en estos casos y ocasiones. De todos los jugadores que alguna vez hayan participado en Series Mundiales, el citado Yogi Berra ha sido el jugador más exitoso y triunfador en esta clase de encuentros. El célebre cátcher de los Yankees de Nueva York e inmortal del Salón de la Fama tuvo una vasta experiencia en el también llamado clásico de otoño logrando acumular como jugador 10 anillos de Serie Mundial y tras su retiro conseguir otros tres, primero como coach de los Mets en 1969 y dos más la siguiente década como coach de los Yankees en las Series Mundiales de los años 1977 y 1978 al haber asistido a los managers Billy Martin y Bob Lemon. Con ese palmarés, que también incluyó 5 descalabros en Serie Mundial, Berra es un histórico, un referente y a la par el protagonista de dos de las más célebres e icónicas jugadas que ha producido la ya larga y fructífera historia de las Series Mundiales.
La primera de ellas sucedió en el primer juego de la Serie Mundial de 1955, cuando Jackie Robinson, el hombre que rompió la barrera del color y logró convertirse en la gran estrella de los Dodgers de Brooklyn se robó el home en forma por demás inesperada; una jugada muy cerrada que pese a la airada reclamación del cátcher de los Mulos de Manhattan fue marcada safe por el umpier de home. Esa jugada que tuvo lugar hace ya 70 años, es todavía hoy comentada y genera polémica entre los seguidores de ambos equipos. La serie en aquel año se dirimió en siete juegos y produjo el primer triunfo en Series Mundiales de los Dodgers. La segunda, sucedió al año siguiente, en 1956. Esta vez en el quinto juego de aquella serie, la imagen para la posteridad no es otra, sino el emotivo abrazo con su compañero de batería el lanzador Don Larsen tras descender del montículo éste, todavía incrédulo al haber concretado el último strike y out del hasta el día de hoy único juego perfecto en un juego de Serie Mundial. Tal vez, la hazaña más difícil de concretar y repetir en esta clase de encuentros.
Será porque los juegos a vencer o morir tienen implícito ese dramatismo y emoción, o porque son juegos que están destinados para mostrarnos al equipo más talentoso, al jugador más oportuno e incluso a la novena que está destinada a ganar, la razón por la que la Serie Mundial se disfruta tanto. No me queda la menor duda, no hay mejor semana de promoción para el béisbol que la semana en que tiene lugar la Serie Mundial. No hay mejor forma de hacer afición, de generar interés y nuevos seguidores a este magnífico deporte que seguir las incidencias de estos mágicos e irrepetibles encuentros a ganar 4 de 7 juegos posibles con la que se define año tras año al campeón de la MLB.
La Serie Mundial siempre es garantía de buen juego y emociones, de alegría y tristeza, de éxito y fracaso, independientemente de los equipos que en ella participan. Es la intensidad con la que se juegan estos encuentros, así como la calidad de los jugadores que participan en los mismos, lo que hace que en su gran mayoría sean partidos memorables e irrepetibles, como los que este año hemos vivido.
Esa es una de las razones por las que el béisbol es en verdad el Rey de los Deportes. Un juego de infinitas posibilidades, que se repite y repite, pero que invariablemente nunca se repite. Un juego donde hemos visto todo y siempre e inavriablemente existe la posibilidad de ver algo nuevo.
CÍRCULO DE ESPERA
En la conmemoración del Día de Muertos, un sentido y póstumo homenaje.
El último día agosto del presente año trajo consigo la triste noticia del fallecimiento del Dr. Arnoldo Kraus Weisman, por razones estrictamente personales escribo este círculo de espera, poco beisbolero, pero ciento por ciento humano.
Tuve la fortuna y el privilegio de que el Dr. Kraus fuera mi médico y el de mi familia. Entrar a su consultorio, era todo menos sentir el rigor y hasta la angustia del que va generalmente al médico en busca de restablecer su salud o evitar escuchar malas noticias. Aquel espacio, era materialmente la extensión del estudio de un escritor e investigador; pero sobre todo, dista de evocar la habitual sobriedad que acostumbran los hospitales y consultorios. Su lugar de trabajo destinado a la revisión de sus pacientes estaba repleto de libros, litografías y otros objetos de arte de relevantes artistas de la plástica mexicana, muy seguramente amigos, conocidos y hasta agradecidos pacientes.
Arnoldo, debo decirlo, fue un mexicano ejemplar, un ser humano brillante y prolífico. Un hombre de bien, como solían decir los adultos, cuando yo era un niño y ahora que lo soy, puedo confirmar y avalar plenamente al referirme al Dr. Kraus.
La gente que le conoció como médico, como escritor, como maestro e incansable divulgador científico, saben perfectamente de lo que escribo. Y por increíble que parezca además de todas esas virtudes y tareas, se daba tiempo y espacio para estar presente en la vida de sus pacientes y amigos. Me atrevo a decirlo, porque esa fue mi experiencia, relación y trato con el Dr. Kraus.
Un generoso ser humano, lleno de ideas, con el que tuve el gusto de sostener breves e intensas conversaciones muy ajenas y distantes a las que comúnmente conforman la relación médico-paciente. De ese tamaño era su generosidad e interés por conocer y aprender de otros temas y de divulgar los que dominaba con absoluta maestría.
Desgraciadamente en plenitud de vida y capacidad creativa la muerte tocó a su puerta. Curiosamente, uno de sus temas de mayor reflexión, estudio y conocimiento. Por lo que seguro estoy que la asumió con la entereza, la inteligencia y la dignidad que le caracterizaba. Siempre lo habremos de extrañar por su diagnóstico certero, por su don de gente, sensibilidad, calidad humana e infinita inteligencia.
Mi solidaridad y afecto a su familia por su irreparable pérdida, así como también a la comunidad médica del Hospital ABC por el vacío que ha dejado, también mi solidaridad para la comunidad académica y de investigación de la Universidad Nacional Autónoma de México donde dejó huella y escuela en los terrenos de la bioética, así como a sus vastos lectores dominicales del periódico El Universal y también a quienes lo seguíamos y leíamos periódicamente en la revista Nexos. Finalmente mi pésame al sector cultural y literario de nuestro país que con su muerte ha perdido a un brillante escritor y una pluma elocuente. Si algo es definitivo, además de la muerte; es que nos harán mucha falta sus luces y su talento. Hasta siempre, querido Doctor Arnoldo Kraus, hasta siempre…
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