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Casa Llena

Otro cuento… de Navidad y béisbol

Antonio Canseco

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"Haré honor a la Navidad en mi corazón y procuraré mantener su espíritu a lo largo de todo el año. Viviré en el Pasado, el Presente y el Futuro; los espíritus de los tres me darán fuerza interior y no olvidaré sus enseñanzas.”

Charles Dickens

Este artículo querido lector, es el más cercano a la Navidad que tendré oportunidad de compartir contigo. Si bien es cierto que el mejor béisbol del mundo descansa, también lo es que en nuestro país y en otras latitudes cercanas a los trópicos de cáncer y capricornio, todo el año y por fortuna es tiempo de béisbol.

La Navidad tiene muchos, diría yo, infinitos significados, casi tantos, como seres humanos el planeta, por lo que se vive, disfruta y en algunos casos y circunstancias hasta se padece. Sea cual sea nuestra circunstancia y ánimo, la Navidad llega año con año invariablemente el mismo día del calendario puntual a la cita, habiendo quienes se preparan para ese encuentro y muchos otros que simple y sencillamente se ven atrapados en el torbellino que constituyen los festejos y convivios de la temporada, incluso sin entender bien a bien lo que sucede.

Las grandes comidas y cenas familiares, los deliciosos platilos de la temporada, incluidos los postres y muchas otras manifestaciones y gestos humanos alrededor de un árbol, una mesa o una sala están ya presentes en nuestros hogares. Y mientras muchos nos disponemos a vivir la Navidad con alegría o nostalgía, con esperanza o simplemente a sobrellevar la fecha, han existido personas a lo largo de los tiempos que gracias a su ingenio y creatividad nos han legado tradiciones en torno a la Navidad. Es decir, expresiones humanas que evocan y exaltan la fecha y su significado. Ejemplos sobran, desde la muy mexicanas Pastorelas y Posadas, o la recreación del Nacimiento de Jesús, -una idea y concepción de San Francisco de Asis- o el tradicional árbol de Navidad, o los villancicos y las luminarias de casas y edificios, por sólo mencionar algunas de ellas.

Una imaginación e inventiva que también nos ha legado música y un sin fin de libros –ensayos, cuentos, poesía y novelas- que en mucho han contribuido a la construcción de los festejos y tradiciones que vivimos y disfrutamos hoy en día. Un breve recuento en el que no puede quedar fuera el memorable ballet “El Cascanueces” surgido del genio musical que fue Tchiakovsky y de la imaginación e inventiva de su autor el ilustre abogado alemán Ernest Hoffman.

Para generaciones mucho más recientes la Navidad sin lugar a dudas tiene un refrente más cercano y tangible en las películas, en las canciones, obras teatro, los conciertos, las largas horas frente al televisor y los sistemas de cable donde el fútbol, el basketbol y el fútbol americano suelen ser parte de la tradición. En fin, es tal el repertorio de expresiones humanas en torno al tema que hoy me ocupa, que simplemente podría seguir y seguir…

De todas las manifestaciones e interpretaciones relativas a la Navidad desde muy niño y hasta estos días la historia que nos legó Charles Dickens “Cuento de Navidad” es mi favorita, de niño muy seguramente porque aquel impactante relato donde la vida de más de uno de sus personajes pendía en un hilo y en el que tres espectros visitaban a su protagonista el viejo Ebenezer Scrooge tras muchas peripecias y hasta terroríficos sucesos terminaba felizmente con la llegada de la Navidad. Ya con el paso de los años, y con otros ojos, los ojos de un hombre adulto, que ha sumado en su marcador fallas y defectos, al entender que esa historia y relato de Navidad es en esencia una profunda reflexión de lo que somos y de lo que podemos corregir. Es un mensaje de esperanza y de renacimiento, un tiempo de reflexión, de autocrítica, de rehacer, de cambiar, de despertar de nuestro letargo, de vivir, en efecto de vivir a plenitud y de saber que frente a nosotros mismos siempre está latente la valiosa oportunidad de redimirnos. Siendo tal circunstancia el verdadero sentido y propósito de la Navidad.

Espero no haberme desviado demasiado en esta explicación que a manera de prólogo tenía como propósito comentar el hecho y circunstancia de que para una enorme y abrumadora mayoría pareciera que la Navidad y el béisbol fueran temas opuestos y que sus caminos por ende, tendrían que ser distantes y ajenos. Sin embargo, yo pienso lo contrario y en razón de ello les comparto a manera de agradecimiento por seguir esta columna y ser tan amables de leer mis reflexiones en torno al Rey de los deportes, una pequeña historia a propósito de la Navidad que espero logre cambiar esa percepción, si es que la tenían o de confirmar como yo su cercanía. Debo advertir que hoy no habrá récords, ni hazañas que relatar, tampoco estadísticas y célebres jugadas que comentar, nuestro viaje el día hoy se centra simple y sencillamente en el milagro de la Navidad y el béisbol.

Les deseo a todos Felices Fiestas.

Otro cuento… de Navidad y béisbol.

Paco había nacido en Hermosillo, Sonora, antes de iniciar los estudios escolares ya había aprendido a lanzar y cachar la pelota de las costuras de la mano y supervisión de su padre. Era con menos de una decena de años un jugador de ligas pequeñas que había concluido el segundo año de primaria cuando su padre por razones de la pandemia y la falta de trabajo tuvo que llevar más a la fuerza, que por gusto a toda la familia a vivir a la Ciudad de México en busca del vital y necesario ingreso para sacar a todos a flote.

A Paco las cosas en la gran ciudad no le eran fáciles, ni agradables, las largas e interminables distancias que había que recorrer para ir a la escuela o de regreso a su nuevo hogar, un pequeño departamento, donde no había patío, ni jardín, eran mucho peores de lo que había podido llegar a imaginar gracias al trafico y el ruido constante que dejaba sentir en la agresiva urbe de pavimento y más pavimento en la que ahora vivía. Echaba de menos a sus amigos en la nueva y sobrepoblada escuela a la que asistía, en la que para colmo nadie practicaba o hablaba de béisbol. Tal situación, le parecían un verdadero tormento; más aún, cuando estaba tan acostumbrado a asisitir diariamente montado en su bicicleta a entrenar o jugar partidos de béisbol en su querida Liga Conno. Ahora en su nueva vida, se tenía que conformar con jugar los sábados y domingos en la Liga Maya con cubrebocas incluido. Aún así, se adaptaba, pues esa era, su única alegría semanal, mayprmente porque no podía asistir con la periodicidad que deseaba a los campos de béisbol pues francamente se ubicaban lejos, muy lejos de donde vivía con sus padres.

En el tema de la comida, las cosas pintaban tan mal o peor, extrañaba las chimichangas, los frijoles maneados, los tacos de carne asada en tortilla de harina, y las coyotas su postre favorito, pero lo que más recentía era no poder comer sus hochos, los hotdogs clásicos de Hermosillo, pues aunque veía muchos puestos ambulantes en las calles de su nueva ciudad, ninguno se parecía a los que estaba acostumbrado a comer especialmente cuando en el otoño y el invierno los comía con su padre disfrutando algún encuentro de la Liga del Pacífico precisamente en el nuevo estadio de béisbol.

A veces triste y otas abrumado, Paco debía estudiar, hacer amigos y seguir adelante. Muy difícil fue el inicio, eso de ser el nuevo y por ende no tener nombre y apellido era complicado. “El nuevo” o sea Paco compartía banca en el salón con Enrique el capitán del equipo de futbol del equipo de la escuela y flamante campeón goleador. Enrique tenía tantas camisetas del Barcelona, como días la semana, y todas, todas ellas tenían estampado el número 10 en los dorsales y el apellido Messi.

Finalmente se rompió el silencio al salir al recreo, lo primero que escuchó de Enrique fue – ¿a cúal le vas Paco?- ¿a qué equipo le vas? Paco rápidamente respondió a los Dodgers y a los Naranjeros de Hermosillo. No, no habló de béisbol, dijo Enrique -que dominaba absolutamente todos los deportes- te hablo del mejor de los deportes, del fútbol. A lo que Paco respondió – No tengo equipo, no me gusta el futbol, no lo entiendo. Enrique que de por sí era de ojos grandes, los abrió como platos soperos absolutamente sorpendido al escuchar su respuesta y le contestó – ¿No entiendes el fútbol? ¿ No tienes equipo? Debes estar enfermo Paco.

Esa pequeña plática, fue la chispa que permitió que Paco se adaptara poco a poco a la nueva escuela, que no sufriera las típicas rudezas del que trata de encajar en un nuevo espacio ante la resistencia de los que ya pertenecen a un grupo o salón. Pese a no jugar fútbol, el hecho de que Enrique le hablara, le evitaba la más de las veces no ser tratado con despreció o como si fuera niña en la escuela, otro de los inconvenientes que tuvo que padecer Paco al llegar a la capital del país, pues pasó de la pequeña escuela mixta y bilingüe en la que había estudiado, a un donde no había niñas en los salones de clase.

Las conversaciones de deportes y el mutuo intento por sumar al amigo a su deporte los fue uniendo más y más. Paco quería convencer a Enrique de la grandeza del béisbol y siempre se quedaba corto ante los argumentos de su nuevo y único amigo en la Ciudad de México. Paco, estás mal, le decía Enrique dime ¿hay Copa Mundial de béisbol? Sí contestaba Paco, hay Campeonato Mundial. Si tú lo dices contestaba burlonamente Enrique, eso no es una Copa del mundo, ni a torneo rápido llega. ¿Tienen Champions? Sí contestaba Paco, se llama Serie del Caribe, -jajajaja arremetía Enrique, esa es buena Paco, en serio, no hay comparación, el mundo es un balón, no una pelota de béisbol. Ay Paco, si el mundo fuera una pelota de béisbol ¡tendríamos que ser enanos!

Los días y las clases avanzaron y en un abrir y cerrar de ojos llegó Diciembre. Fue en una de esas frías mañanas que presagiaban la llegada del invierno que Paco notó por primera vez desde que lo conocía triste y callado a Enrique. Algo grave había pasado, no era el de siempre. Paco, buscó el momento para preguntarle a su amigo qué le pasaba, a lo que Enrique le dijo en tono de burla y cierto reclamo: Señor béisbol, -nunca lo había llamado así- ¿no tienes tele en tu casa? ¿o tuviste apagado el celular? No viste lo que pasó. Messi se fue, se fue de mi equipo. por culpa del idiota del presidente del Club y al PSG ¡estoy furioso Paco, son chingaderas!

Paco, lo miró y hasta sonriendo le dijo: -se muy bien lo que te pasa, yo ya lo viví- Enrique lo miró con asombro y sin enojo en la mirada y con otra voz y tono le dijo: -explícate- Mira Enrique, yo vivía en Hermosillo y ahora estoy aquí. Yo no lo pedí, ni lo quise, pero esa es la realidad. Tú bien sabes que le voy a Dodgers, pero no sabes la razón por la que le voy. Los Dodgers son mi equipo porque a ese equipo se fue Mookie Betts, esa es la única razón. Yo le iba a Boston por Betts y simplemente me fui con él. No podría ver el béisbol e irle a un equipo que no fuera el de Betts. Así que te entiendo perfectamente lo que estás pasando y pensando.

Esa empatía, trajo finalmente la calma a Enrique, cuya respuesta fue contundente e inmediata con la claridad y firmeza de decisiones que le caracterizaba: Vaya Paco, nunca hubiera imaginado que esa fuera la razón, pero yo le voy al Barsa y por siempre le iré, esté o no Messi con nosotros. Allá él y sus decisiones y la maldita directiva que nos he hecho esto.

Al salir a las vacaciones de Navidad, Paco y Enrique se despidieron en pleno salón de calses y se desearon lo mejor. Ambos compartieron sus peticiones a Santa Claus, Paco un guante nuevo marca Rawlings con la firma de su idolo Mookie Betts y Enrique una chamarra y gorra del Barsa último modelo.

Enrique burlonamente le dijo: ¿por qué no le pides a Santa Claus ayuda? Tal vez sea el único capaz de confirmarte que el futbol es el deporte más grande de todos.

Paco le sonrió, adiós Enrique nos vemos el próximo año.

Paco, antes de aquella platica ya había pedido el guante que tanto deseaba y por supuesto que no enviaría ninguna otra carta para preguntar a Santa Claus, lo que le había sugerido más en broma que en serio su amigo Enrique.

La víspera de Navidad y antes de cenar lejos de Hermosillo y sin haber visto a los Naranjeros por primera vez en vivo y en el estadio desde que era aficionado al béisbol y habiéndose conformado con hacerlo por la televisión, Paco limpió y lustró sus spikes, tal y como lo hacía todas las noches de viernes en preparación a los juegos del fin de semana, un ritual, como tantos que abundan en el mundo del béisbol. Tras culminar la labor, puso en vez de sus zapatos al pie del árbol de Navidad, sus spikes con la ilusión y el deseo de que llegara a él el nuevo guante que con ilusión habia pedido.

Las horas de aquella Noche Buena, se le hicieron largas e interminables a Paco, nervioso daba vueltas cuál manecillas de un reloj en su cama, sin poder conciliar el sueño, pero finalmente el cansancio lo venció. Al despetar muy temprano por la mañana, sintió la adrenalina que sólo se vive en los diamantes de juego y corrió a toda velocidad al árbol, sus padres que ya estaban despiertos, le acompañaban tan sólo unos pasos atrás. Con ojos de felicidad Paco observó que a una lado de sus spikes estaba un nuevo guante, el mismo que había pedido y deseado, con el nombre de su ídolo Mookie Betts, al ponérselo en su mano izquierda y abririlo por primera vez observó que había un pequeño papel en su interior. Paco intrigado se quitó el guante para examinarlo a detalle.

El pequeño papel cuya letra garigoleada y muy antigua, era casi imposible de leer, definitivamente provenía de un lugar especial y remoto que decía:

Querido Paco:


Nunca lo dudes, es el béisbol, el deporte más grande del mundo.


¡Son el Polo Norte y el Polo Sur las líneas de foul que delimatan el terreno de juego!


Nunca lo olvides, como tampoco que la grandeza del juego proviene de quienes lo practican con entusiasmo y lealtad.


¿Alguna vez, te habías preguntado por qué los colores de mi traje son precisamente el rojo y el blanco? Hay quienes te dirán que son los colores de los bastones de caramelo y menta, otros simplemente que son los colores de la Navidad, pero la verdad es otra, que con tan sólo mirar una pelota de béisbol, la respuesta tendrás.


¡Féliz Navidad!


Santa Claus.

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